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Literatura ...Textos de Interés:

                                            

A ENREDAR LOS CUENTOS

 (Gianni Rodari)

 

-Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.

-¡No, Roja!

-¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”.

-¡Que no, Roja!

-¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata”.

-No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.

-Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.

-¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.

-Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”.

-¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”.

-Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…

-¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!

-Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.

-¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.

-Exacto. Y el caballo dijo…

-¿Qué caballo? Era un lobo

-Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.

-Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?

-Bueno, toma la moneda.

Y el abuelo siguió leyendo el periódico.

 

 

AMOR ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DE LA LLUVIA

( Rafael R. Valcárcel )

 

Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo.

 

Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.

 

Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.

 

CÓMO OCURRIÓ. 6 DÍAS DE CREACIÓN POR MOISES.

(Anónimo)

 

Cuando mi hermano se inspira no hay forma de contradecirlo porque de otro modo la cosa se pone bastante fea. Sin embargo, no podía dejarlo con su inspiración sin límites porque esta historia no acabaría jamás. Ya había empezado a dictar la nueva escritura y entonces me dijo que anote lo que sucedió hace quince mil millones de años. Me pareció una locura y tuve que hablar con él para hacerle entrar en razón.

 

Primero le hablé de los papiros, si pudiéramos acortar un millón de años por papiro, entonces necesitaríamos quince mil rollos para poder terminar la historia y la peor parte es que mi hermano tartamudea poco después de empezar a hablar y no le quedaría voz, mientras que mis dedos se caerían de tanto escribir y sobre todo que no tendríamos jamás el dinero para comprar tantos rollos de papiro. Además, luego habría que hacer réplicas del escrito y jamás nos darían la autoría, ni tendríamos el dinero para afrontar todos los gastos y demás.

 

Mi hermano finalmente cayó en razón y me dijo que entonces acortaría la historia, me preguntó si estaría bien escribir cien años, a lo que respondí que solamente escriba 6 días. Él dijo que no podría contar toda la historia en solo 6 días, pero es que era todo el papiro que tenía disponible. Así es como comenzó a dictar Moisés y luego yo como su fiel hermano Aarón transcribí sus palabras en los papiros que tenía disponibles para contar la historia desde el principio, pero descripta en solamente 6 días.

 

EL LEPIDOPMAC

( Rafael R. Valcárcel )

 

Cientos de parejas aguardan su turno. Da gusto verlas porque no son comunes. Es evidente que se aman. Y no porque vayan de la mano o se miren con ternura, sino porque sería absurdo estar de pie tantas horas si no portasen las pruebas que lo acreditan. El letrero, donde inicia la fila, anuncia: “Pagamos 20 gramos de oro por mariposa”.

Se sabe que el método es indoloro y que cada estómago enamorado alberga entre 10 y 15 especímenes. Además, el intervenido puede generar nuevas mariposas al cabo de una semana. Sin embargo, existe un inconveniente. Con frecuencia, sólo uno de la pareja las porta, demostrándose que no es correspondido. El drama es inevitable.

Los detractores del doctor Lorca, inventor del Lepidopmac (aparato para cazarlas), lo tildan de “anti-romántico”. Unos, por ponerle precio a los sentimientos más nobles. Otros, por llevar al abismo a tantas parejas correctamente constituidas. Ni los oye. No hay tiempo. Su amada aguarda la sentencia. Cuando el número de mariposas iguale al de personas, Lorca las soltará. Confía en que nadie querrá sostener un fusil.

 

EL SUICIDA

(Enrique Anderson Imbert)

 

Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.

Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.

¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.

Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.

Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lasitud como el agua después que le pescan el pez.

Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.

Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

 

MI OTRO YO

(Anónimo)

 

Hoy tuve un día muy extraño porque al despertar como siempre se ocurrió algo terrible. Ahí estaba ella, quien era exactamente igual a mí, pero no solamente se parecía, sino que tenía la misma voz, el mismo cabello, cuerpo, ropa y hasta estatura. Yo Podía reconocerme a mí misma, por lo que estaba segura de que era yo. Enseguida le pregunté su nombre y dijo el mío, pero lo que más me extrañó es que se estaba preparando para ir a la escuela. Sin embargo, yo debía ir a la escuela y algo malo estaba ocurriendo, le dijo que me dejara prepararme, que se fuera y me explicó que mi tiempo había terminado que ahora le tocaba a ella tomar mi lugar.

 

Mi otro yo me dijo que si no me portaba bien, entonces mi padre me haría terminar en el taller, lo cual me pareció extraño porque ella era el robot que ahora ocupaba mi lugar. Salí corriendo cuando se fue y me topé con mi papá, quien de pronto hizo que mi vista se ponga cada vez más oscura y entonces perdí el conocimiento, ya no recuerdo más nada.

 

Me levanté de mi cama como si hubiera tenido un mal sueño, miré a mi alrededor llamando a mi madre que siempre me consoló de todo durante toda mi vida y le conté que tuve una tremenda pesadilla, a lo que ella con la mirada dulce de siempre me respondió que me porte bien porque de otra manera mi padre me llevaría al taller.

 

 

REVOLUCIÓN

 (Slawomir Mrozek)

 

 

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.

Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.

Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.

Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.

La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.

Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.

Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.

Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.

Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la  vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.

Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.

De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.

Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.

Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 
 
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